ACERCA DEL BÚHO

GRUPO CULTURAL EL BÚHO

Es un espacio sostenible dedicado al teatro donde los jóvenes del Colegio INEM (y de Bucaramanga) participan en el grupo de manera activa, a través de la expresión de sus opiniones, del desplazamiento del cuerpo y de la puesta en escena.

OBJETIVO GENERAL

Alejar a los jóvenes de las calles y las malas compañías para llevarlos hacia el arte, hacia una formación como seres cultos y pacíficos.

QUÉ QUEREMOS – VISIÓN

Un escenario sostenible de arte contemporáneo donde los jóvenes y los artistas se encuentren para el estudio de las estructuras sociales, académicas y artísticas, esto con el propósito de construir una cultura de paz gracias a la fuerza pedagógica del proceso creativo.

CÓMO LO HACEMOS – MISIÓN

El Grupo Cultural El Búho construye vínculos entre los artistas, los jóvenes y la comunidad educativa por medio de proyectos responsables, los cuales muestran el arte contemporáneo como una herramienta relevante para el fomento del desarrollo cultural comunitario. Esta es la misión que se impuso el grupo El Búho desde el 2008, propuesta liderada por el Maestro en artes escénicas y Licenciado en literatura Mauricio González Roballo, el arte como la manera única de formar una cultura de paz.


27 jul 2008

19 jul 2008

UN LUGAR DE CONTRATES

LABORATORIO DEL DOCTOR FRANK
EXPERIMENTO N. 4: Crónica urbana aficionada
Plaza central: un lugar de contrastes

Un vendedor ambulante ofrece sus productos sobre una sábana tendida en el suelo, inmediato a él otro hombre en las mismas condiciones, después otro más; un poco más adelante, tres policías recorren la calle y desalojan a los vendedores. Al otro lado vendedores con acento paisa ofrecen cacharrerías y en el centro, transeúntes de todos los estratos que esquivan el tumulto de gente amotinada, es una masa de personas que se aproxima a la plaza central en una mañana de sábado.


En la plaza el entorno cambia, ya no está la manada de gente que se dirige a algún lugar sino quienes van llegando a él, los olores se entrecruzan en su diversidad, contrastan entre sí, como un preludio a lo que hay dentro del edificio. Los indigentes se dan un festín entre los desechos, en el mismo sitio, una vendedora negocia su pescado, otra sus hierbas medicinales, en seguida una de las entradas, angosta e inclinada. La bordea por una fila de carros, la cual está separada por una imperceptible baranda. Al final allí está, brillante e imponente el edificio de cuatro pisos y paredes blancas, con incrustaciones de baldosas de vidrio que le dan un aire de modernidad, que contrasta con su entorno y su contenido. Sin duda es un edificio de contrastes.


Nivel 4, el misticismo natural.


La cima del edificio. El abismo de cuatro pisos, en donde se aprecia la rica actividad de la cálida mañana, basta dar media vuelta para dejarse sorprender por la magia de la espiritualidad, por la tradición de la naturaleza, por la rica cultura latinoamericana. Un pequeño zoológico se avista, con crías de animales que juegan con ternura en su naciente vida de presidiarios comerciables. Junto a ellos el olfato conduce a la flora medicinal, montañas de verde aromático y semillas incógnitas a los ojos de cualquier comprador desprevenido. Igualmente, aflora por doquier el talento artesanal: sillas, hamacas, frascos, jarrones y una infinidad de minúsculas manualidades a las que es difícil adivinar su uso. Entonces la flora cobra vida, las manualidades adquieren magia, lo natural adquiere un grado superior y la energía eleva el alma, hace brotar el misterio y con él, la necesidad de descubrir más allá de explicaciones naturales; explicaciones míticas, supersticiones de tinieblas.


Cabezas en cera de indígenas centenarios, de médicos milagrosos, de chamanes sobrehumanos, de ángeles o santos con vínculos humanos y poderes sobrenaturales. Pócimas de amor, elixis para el dinero, baños para la salud.

Un hombre surge de entre los productos, tiene aire indígena y en su cabello se pueden ver los primeros retoños de las canas. En su cara está el misterio, el tinte de la malicia y el gesto amable de un buen vendedor. Tiene un ojo desviado, algo que sin duda aumenta sus enigmas, llevándolo casi al misticismo. Parece un duende-ogro sacado de un cuento de hadas, quien habla rápido y muestra ansiedad por ofrecer sus productos, a pesar de saber que no logrará una buena venta, los exhibe con naturalidad, los humaniza, los hace terrenales.

El vendedor esotérico se ufana de haber concedido múltiples entrevistas y de ser uno de los más antiguos del lugar. “Local C-25, 4° piso, plaza central”, dice antes de comenzar la entrevista, como para hacerle publicidad a su negocio. Después nombra: el once plantas, el cuatro ventas, la miel del amor, el sortilegio de los siete muros, el jabón de tierra, los baños de champaña, de santa Marta, del rey Midas, los velones para el dominio, el tumba trabajo, las imágenes de san Prospero, María Francia, la india Rosa y resalta a María Lionza, el negro Felipe y guquiaycuvo: “las tres potencias” – tal como se llama su local – para concluir en que su negocio es una perfumería, sólo que esotérica.


Así, entre libros de magia blanca, negra y hasta roja, se transportó al pasado, a su experiencia de 40 años en el negocio, a la herencia de sus antepasados y a la simpleza de su "perfumería esotérica". La verdad era que los brazos de lo desconocido lo envolvían y el poder de la tradición se concentraba en él, la cual subió hasta su garganta y estalló en historias de oscuridad, tinieblas, magia y luz.


Fue en Venezuela, la cuna del esoterismo, cerca a la ciudad de Barquisimetro, en la “montaña de sorte”, donde viven los brujos ,como los monjes en el Himalaya o los sabios en la cima de una agreste montaña, que los creyentes escalan y con su último aliento llegan a la cima para ser recompensados por un manto de sabiduría - en este caso en busca de favores y salud -.

De allí, poco a poco se han extendido estas creencias por toda Latinoamérica, siendo alimentadas y matizadas por las distintas culturas del continente. En un principio estas fueron vistas con sospecha y condenadas al anonimato, al bajo mundo, - como también lo hizo Alberto Gutierrez -el ogroduende que tenía al frente – por eso sólo se vendían velones y artículos de aseo, pero luego cambió la situación, lo esotérico pasó ha ser parte de la cotidianidad, lo prohibido tuvo una ruptura y con ello, se alimentó para florecer y esparcir sus semillas a la luz pública, como lo hace hasta el día de hoy.


Alberto divaga entre lo común y lo esotérico, sus historias hacen volar mi imaginación, pero al mirarlo, su actitud advierte que se está parado en el suelo.

La popularización de su oficio o simplemente el reproche social ha hecho que la semilla mística que guardaba en su interior, hoy se refleje en su sabiduría y trace una línea entre lo humano y lo espiritual, esto muestra su dualidad y sus contradicciones, sus características de una personalidad acelerada, que afirma no practicar el espiritismo sino la perfumería, aunque se conozca su historia, de cómo heredó unos rezos de su madre, que lo llevan a usar de vez en cuando los productos que vende y a vivir de ello. Por un lado deja su tradición y por el otro trata de mantener una historia de nunca acabar.


Nivel 3, “La morgue animal”


Sin haber terminado las planas escaleras, ya se está perdido en un pasillo invadido de almas angustiadas y presurosas que se esquivan entre sí y se sumergen atraídos por la sangre, poseídos por ella. La piel, la carne y el vaho nauseabundo que se desprende de los cuerpos sacrificados, mutilados y expuestos al festín visual en éxtasis mortandad y saciedad de morbo. la gente en ocasiones se escabulle hacia los graneros, que como templos de salvación alberga a los pecadores al lado derecho del pasillo.


Los cuernos de un carnero rozan el suelo, la piel blanqueada por bellos cortos adornan su cara, los ojos entreabiertos lloran un silencio mortal. Al llegar a su cuello se encuentra la huella de la muerte, la prueba fatal de su inanición, como una línea divisora entre lo vivo y lo muerto.

El recorrido de piel hasta su cuello llega al abismo de carne, en adelante se prosigue al desierto rojo que inunda su cuerpo, a la negra ceguera de la muerte a la que ha sido condenado, a la pálida vergüenza de su expósito cuerpo desnudo.


El lugar estaba recubierto de una loza blanca, mancillada por el amarillento mugre y prostituido por el fatídico rojo, que como una medalla a su oficio se plasma en los delantales de hombres salvajes y amenazantes. Con rudeza animal levantan sus hachas triunfantes al cielo y las dejan caer desgarradoras a los huesos ya desmembrados, concluyendo con eso, el negro ritual de la carne. Así se arregla el producto para hacerlo apetecible, menos animal y más alimento. Para reducir a un mínimo la cristiana compasión de los compradores.


La fila de hombres cesa y como dos flores negruzcas entre el oscuro campo de espinas, se encuentran dos mujeres, cual si fueran amas de casa o despiadadas asesinas. Despellejan huesos con grandes cuchillos, borran rastros de la carne que alguna vez respiró sobre ellos.

Son delgadas y se ven desgastadas por la vida. Hablan inexpresivas, casi no se distinguen sentimientos en su charla, como tampoco en su oficio. Cuentan inmutadas la agonía monótona y natural de levantarse a media noche para mutilar a sus víctimas, para "comidizarlas", mientras se despliega el alba. La carnicería es de un mismo clan, de una secta carnicera familiar que sobrevive a la rutina tediosa de su sangrienta vida. El olor nauseabundo se agudiza en el lugar, expulsa las filas de saciada gente hacia otros pisos, yo voy con ellos.


Nivel 2, la fiesta de los colores.


Por donde quiera que se mire se halla la vitalidad. Se hace difícil comparar el lugar con otro sentimiento que no sea alegría. Los colores se confunden y como flores para un hogar, adornan los estantes de los vendedores, también contagiados de esa lluvia de emotividad. Los olores también abundan, huele a rojo de ciruelas, a verde de peras y a amarillo de bananos, se puede decir que es el mejor lugar de la plaza. Aquí se pierde el concepto de tumulto y es reemplazado por el de fiesta, no es plaza sino feria, no son frutas sino flores comestibles y psicodélicas.

Con la misma vitalidad un hombre alto, flaco, de bigote y de aspecto de padre de familia bonachón, recita los precios de las frutas, en un acento que refleja el número de veces que lo ha dicho en el día y en el mes o quizá en lo que lleva en este trabajo, sin embargo, su energía se ve latente en las palabras, con movimientos grandes, alegres, acordes con el ambiente. Él atrae la atención de cualquiera que pase por allí, está hecho para trabajar, no puede hacer más y sin duda, no quiere hacer otra cosa, de seguro por ello se niega a dar entrevistas. Tiene tanta vitalidad que es difícil que se quede quieto y su hiperactividad hace ver dificultosa mi tarea.


Por los pasillos las mujeres están felices, los precios no dejan de sonar y los colores junto con las formas de las frutas hacen irresistible la tentación de comprarlas, son redondas y su piel se ve suave, rellena, jugosa como un regordete bebé, como cachorros de árbol que no perecieron y llegan a la adultez.

Las frutas conservan su pureza, deleitan con su delicadeza, asombran con su inocencia y derriten con las ganas de comérselas. Ha de ser por eso que éste es el lugar más feliz de la plaza, es el lugar de los sueños, de las fantasías, donde se pueden saborear lo inocente y delicado de la vida. Comerse una parte de naturaleza virgen, tener la satisfacción de que cumples su fin.


Desde el segundo piso la calle se ve más cerca y el ambiente de allí más familiar. La gente afuera ha dejado de caminar rápido y se ha sentado en la banca de algún restaurante, alertado por los rayos de sol, los cuales indican la hora del descanso y la comida.

La actividad dentro de la plaza, en el piso de las frutas, también se calma. Los vendedores dan un receso a su alegría y esperan la llegada de la tarde, como hibernando mientras llega la primavera.

El sol ahora es el que inyecta con sus tibios brazos, la dosis de letargo del mediodía, contagiado por la pereza solar y por la alarma mental de la comida. Voy en busca de saciar el hambre.

El lugar de los contrastes queda atrás espera paciente la hora de reanudar su actividad, donde los colores florecerán para hipnotizar de alegría a los compradores y los olores tomarán fuerza entre ritos carniceros. La naturaleza expelerá su vaho medicinal y su espíritu se elevará al cielo en míticos augurios. Los mundos se encontrarán, se unirán y sus tintes formarán un solo color, una dualidad unificada para rehacer el lugar único donde habitan y conviven en la rutina de la supervivencia todos estos seres.
John E. Castillo