¿Qué sería de una ciudad sin buses?, realmente no me lo imaginaría, una ciudad sin esos motores rechinantes, sin esos sonidos de movimiento constante y cansado, sin esas chimeneas andantes que emanan un humo oscuro e intoxicante, algunas un poco desbaratas, pero sin duda, un signo de lo urbano. Son esos vehículos, quienes aportan un poco de caos a cualquier lugar, aunque ciertas personas aseguren que son las mejores sillas para pensar y para conocer, he pensado en ello y tengo que admitir que a veces es verdad, de pronto son los los colores del bus que actúan sobre uno, lo que nos hace meditar, esa mezcla entre un amarillo y verde que sobre otro artículo no combinaría bien o puede ser la tierna manera en que se adornan, usted me entiende, las papeletas de Bart o Calvin orinando, el “Jesús es amor”, las figuritas obscenas, el alias del bus, como “El rebelde”, “El renegado”, entre muchos otros.
Dentro del vehículo, en la parte del conductor todo está en su espacio y a sus anchas, las cortinas con un flequillo largo, que se recogen en golitas a lo largo del parabrisas y las ventadas, cubiertas todas por la negrura de la contaminación, que opaca sus alegres colores, la foto de un bebé dentro de una bolsa transparente que la protege colgada con un chinche, que de seguro es la hija o el hijo del profesional al volante tomada en una fecha especial: un día de las brujas, un cumpleaños, etc. Algunos tienen unas repisitas forradas en un papel brillante, donde suelen colocar un camión de juguete y en ocasiones varia por una imagen de la virgen del Carmen o del Divino Niño, aunque a veces se ponen todas juntas, esas imágenes religiosas nunca faltan, ya sean escapularios, papeletas de la virgen, del sagrado corazón o algún salmo que nos recuerde las palabras y la cara del bendito, como si eso nos salvara de algo monstruoso que nos quisiera tragar y despedazar.
En la calle la gente agolpándose en las paradas de bus y en el bus la gente que mira a través del cristal, unos de pie, otros sentados, unos dormidos, otros pensativos. La radio con las canciones de moda y las que nos han acompañado toda la existencia, desde que éramos niños, cuando nuestras madres nos subían a estos artefactos y todo era grande y uno tan pequeño, ínfimo, agarrado de las faldas de estos seres protectores a la espera de una silla. Así llegan los primeros mareos, los encuentros con la ciudad, una ciudad sucia y tóxica, como también llegan las primeras siestas y de repente, el despertar "No te duermas que ya vamos a llegar."
La mejor forma de tomar el bus es esperar en algún sitio en compañía de alguien, pero es mejor aún, cuando ese alguien se despide de ti con un beso, una sonrisa, un “que te vaya bien”, seguir viendo a la gente pasar, recordar los eventos agradables y miserables del día, subir al bus, buscar en dónde sentarse y junto a quién, tener paciencia, esperando que en tu casa todo este igual, eso cuando todo está bien, pero cuando la cosa está mal, tú esperas no llegar.