ACERCA DEL BÚHO

GRUPO CULTURAL EL BÚHO

Es un espacio sostenible dedicado al teatro donde los jóvenes del Colegio INEM (y de Bucaramanga) participan en el grupo de manera activa, a través de la expresión de sus opiniones, del desplazamiento del cuerpo y de la puesta en escena.

OBJETIVO GENERAL

Alejar a los jóvenes de las calles y las malas compañías para llevarlos hacia el arte, hacia una formación como seres cultos y pacíficos.

QUÉ QUEREMOS – VISIÓN

Un escenario sostenible de arte contemporáneo donde los jóvenes y los artistas se encuentren para el estudio de las estructuras sociales, académicas y artísticas, esto con el propósito de construir una cultura de paz gracias a la fuerza pedagógica del proceso creativo.

CÓMO LO HACEMOS – MISIÓN

El Grupo Cultural El Búho construye vínculos entre los artistas, los jóvenes y la comunidad educativa por medio de proyectos responsables, los cuales muestran el arte contemporáneo como una herramienta relevante para el fomento del desarrollo cultural comunitario. Esta es la misión que se impuso el grupo El Búho desde el 2008, propuesta liderada por el Maestro en artes escénicas y Licenciado en literatura Mauricio González Roballo, el arte como la manera única de formar una cultura de paz.


5 oct 2008

LIBERTAD

LABORATORIO DEL DOCTOR FRANK
Experimento N. 5: CRÓNICA URBANA


Cinco y treinta de la mañana, de un lunes festivo. El aire mañanero que entra en los pulmones se siente puro y frío, lo que da una sensación de limpieza y con ello una injustificada satisfacción. Posiblemente sea el levantarse temprano con la certeza de hacer algo constructivo para el cuerpo: el ejercicio.


El Puente de Provenza era el punto de referencia para iniciar el recorrido de 91 cuadras hacia el Norte de la ciudad, mis piernas se encontraban ansiosas de correr, mis pulmones se expandían de manera soberana y apuraba la llegada al puente. Cuando llegue allí, esperaban como testigos mudos e inadvertidos de partida, un par de indigentes – seres que se hicieron más comunes en el transcurso del recorrido - quienes aún dormían entre improvisadas sábanas.


La ciudad todavía no despertaba, las calles estaban vacías, propias de un pueblo fantasma, en las carreteras escasos carros, que se mostraban perezosos de levantarse un festivo a correr sobre el tedioso asfalto.


No habría avanzado más de 400 metros y el cambio de respiración ya me abordaba, tambaleaba mi mente entre el cansancio y la adaptación al nuevo ritmo del cuerpo, hasta que la agitación fue aceptada y la rutina corporal se normalizó.


Mi mente dio un giro, para terminar de acostumbrarse a un mayor gasto de energías por segundo, a una constante exigencia del cuerpo, a una heroica lucha contra los mal definidos límites de mi resistencia para borrar esas barreras y ser libre por cortos lapsos de tiempo, y después volver a la realidad para seguir corriendo hasta llegar a la meta. Habría que preocuparse de ahora en adelante por no cansarse demasiado, “para evitar la fatiga”. Habría que pensar en otra cosa y mirar las desoladas calles de esa vaga mañana.


El puente La Flora, testigo de innumerables problemas cuya única solución ha sido una mirada ahogada en el abismo de más de 100 metros que se despliega sus faldas. Allí, desconsolados suicidas han encontrado abrigo, han visto la luz botánica que se acerca a sus caras y en un beso arrollador se estrella con su humanidad, sacándoles el alma y las penas. Este es el punto de separación formal entre el sur de la ciudad y el centro de mi recorrido.


En un momento me encuentro en la Carrera 33, en mi mente tenía la noción de estar a un paso más cerca de concluir y ante la previsión de la llegada, mi organismo cedía al cansancio, aunque faltará más de la mitad del recorrido.


En la carrera 33 no quedaban más que residuos de gente. Las calles vacías producían inseguridad y los pocos ojos que andaban por ahí, se clavaban casi inquisidores en el atleta. Me provocaban, además de desconfianza, un poco de incomodidad, y hacían recordar la molestia hacía la ciudad repleta de gente, que caminan presurosas a sus trabajos con caras invisivilizadas que divagan entre desconocidas. Rostros muertos en la calle.


Ahora había menos personas, pero más determinación entre nosotros, se sentía todo más humano. Sin embargo el miedo persistía y el cansancio aumentaba. Mi corazón expulsaba más sangre, mis músculos se volvían más rígidos, mis poros se empezaban a abrir para expulsar el sudor. El ácido corría por mis piernas, que en su mecánico movimiento se volvían más pesadas, tendían a ir más lento y los pulmones se quedaban cortos para recibir el oxígeno, así que comenzaban a trabajar a una mayor velocidad, pero aún quedaba bastante camino y el cuerpo tendría que soportar más.


Los barrenderos en las calles parecían brillar como soles con sus rechinantes trajes amarillos, cuando antes eran invisibles en la multitud. Ahora todo se había despejado y sólo quedaban ellos, quienes absorbían los desperdicios, también invisibles para la sociedad. Cada dos o tres cuadras se encontraba uno de ellos, que recogía hojas y un montón de mugre, el cual abundaba en la carretera. Son los únicos habitantes de las calles en ese momento, las despejaban, abrían espacio para que más tarde pasen esos otros, los productores de nueva basura, consumidores; y una vez más se hallará la escoba que barre de mañana la 'ciudad bonita'.


El cansancio crecía a ritmo acelerado, pero silencioso, de manera gradual e imperceptible. Un pie tras otro, en secuencia mecánica, siguiéndose mutuamente sin parar. Las gotas de sudor bajando ligeras por mis piernas, brazos y cara, desangrándome de agua: desaguándome. La respiración agitada, tratando de escapar. Mientras algo luchaba por seguir, ese instinto de ganar obviaba los caprichos del cuerpo y seguía esforzándolo.

Los marginados aún dormían entre cartones y colchones de cemento, soñaban placidos con la comida del siguiente día. Pasando el punto medio del recorrido ya despertaban. Me pregunto qué pesadilla los saco de su letargo y los hizo entrar en él. Empezaban el preámbulo de desperezarse para comenzar su día, en su particular rutina. Así entre una bolsa plástica que asemejaba un negro y pomposo abrigo, un joven moreno de aproximadamente veinte años, caminaba placido con el pecho descubierto hacia el oriente de la ciudad, en busca de suerte en su vida de joven hijo del desamparo, que le daba una actitud peligrosa, con su caminar osado y que me hace mirar hacia atrás para cerciorarme de que no me sigue.


En medio de este ambiente llego a la Avenida Quebradaseca, después de superar la resignación de los barrenderos, la paz de los dormidos y las miradas desconfiadas de algunos celadores que por allí vigilaban. Este es otro de los puntos clave del recorrido, la división entre el centro y el comienzo del 'Alto Norte', la puerta a los estratos bajos enmarcada aquí con lujosas casas. Pero cruzar la Avenida Quebradaseca era superar una etapa más para entrar a la última y más corta parte del camino.


Los buses ya empezaban a pasar con algunas caras haraganas que renegaban tener que levantarse temprano un lunes festivo, cuando todo el mundo duerme. Las casetas callejeras comenzaban a abrir y el paisaje comercial se transformaba en largas filas de casas puestas a los lados de una carretera silenciosa y fría como esa mañana.


En aquel lugar no quedaban más de ochocientos metros para culminar. El cansancio se redujo de manera mágica. Fue olvidado y opacado por las crecientes ansias de llegar. El cuerpo ante la cercanía de la culminación de su esfuerzo sacó su as bajo la manga, utilizó las energías guardadas, que temía desperdiciar por miedo a sucumbir antes de la meta. Sin darme cuenta desaceleré el paso y disfrute el preludio de la gloria.


El viento rozó mi cara, quería elevarme. Mis pies se dejaban llevar por la gravedad que los impulsaba en la empinada acera conjunta al complejo deportivo. Hubiese podido estirar los brazos a los lados y volar, lleno de triunfo, satisfacción, descanso y sobre todo de Libertad.

La brisa celebraba la llegada a la meta y el momento antes de la llegada fue eterno. Finalmente las piernas cesaron de adelantarse agitadamente, la fatiga resurgió y se fue menguando, al tiempo que subía al estadio por el medio de una fila de deportistas, que corrían desafiando el cuerpo por la fría mañana de ese lunes festivo.

Jhon Castillo

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