ACERCA DEL BÚHO

GRUPO CULTURAL EL BÚHO

Es un espacio sostenible dedicado al teatro donde los jóvenes del Colegio INEM (y de Bucaramanga) participan en el grupo de manera activa, a través de la expresión de sus opiniones, del desplazamiento del cuerpo y de la puesta en escena.

OBJETIVO GENERAL

Alejar a los jóvenes de las calles y las malas compañías para llevarlos hacia el arte, hacia una formación como seres cultos y pacíficos.

QUÉ QUEREMOS – VISIÓN

Un escenario sostenible de arte contemporáneo donde los jóvenes y los artistas se encuentren para el estudio de las estructuras sociales, académicas y artísticas, esto con el propósito de construir una cultura de paz gracias a la fuerza pedagógica del proceso creativo.

CÓMO LO HACEMOS – MISIÓN

El Grupo Cultural El Búho construye vínculos entre los artistas, los jóvenes y la comunidad educativa por medio de proyectos responsables, los cuales muestran el arte contemporáneo como una herramienta relevante para el fomento del desarrollo cultural comunitario. Esta es la misión que se impuso el grupo El Búho desde el 2008, propuesta liderada por el Maestro en artes escénicas y Licenciado en literatura Mauricio González Roballo, el arte como la manera única de formar una cultura de paz.


10 ago 2010

CRÓNICA SOBRE EL RÍO MAGDALENA

El Magdalena: río providente

El Magdalena es un río padre, universal y providente. Arteria vital, por él corre la sangre generosa que proporcionala alegría y el sustento de la patria. En sus puertos y riberas, surte el amor y el trabajo prospera. A Dorada llegaron, ha cuatro meses, quinientos hombres,de Caldas, del Valle, del Tolima, con el propósito de emplearse en los trabajos de la carretera a Sansón. Pero la partida para la construcción de esta obra aún no se ha contabilizado. Yesos centenares de trabajadores se quedaron, ala buena de Dios, por las calles y plazas del puerto, llevando una existencia desarreglada. El trabajo es escaso en estas regiones, a donde afluye una cuantiosa población flotante. La vaganciaes oficio necesario... Pero ¿cómo viven los vagos? Viven del río. El Magdalena les da agua, alimentoles suministra distracción y júbilo, y les ofrece, sobre todo, esperanzas. En esos fondines de la plaza de mercado, se puede conseguir, fácilmente, un plato de apetitosos fríjoles, una ración de sancocho, por cinco centavos. Dos raciones al día, bastan para alimentar aun hombre. Y el ganarse los diez, los quince centavos, no es empresa imposible.

*Este reportaje es el primero de una serie de cinco sobre el río Magdalena publicada en E/ Tiempo, primero, con el antetítulo «Ruta de un reportero» y, luego, como «Revista del Magdalena". Los cuatro siguientes se reproducen a continuación en su orden original.

El Magdalena trae turistas, convida pasajeros, gente adinerada. Transportando maletas, haciendo una indicación oportuna, cuidando del equipaje, prestando menudos servicios, se ganan los centavos para el pan del día. Lo demás, está en el río. El rico baño, en la playa dorada, de fina arena. El pez que pica en el anzuelo. El racimo de plátanos; las frutas exquisitas; la leña, el agua dulce y sana, para saciar la sed y sosegar la inquietud. También el río, por razón de su tráfico, les da a estos aventureros un lecho amable... El vagón del ferrocarril, el arrume de bultos de café, el remolque abandonado en la orilla.

Pero, sobre todo, les mantiene la esperanza. Sí; la esperanza está en esta ancha cinta de agua, móvil siempre, inquieta siempre, siempre generosa y hospitalaria. De arriba o de abajo, de Berrío o de Barranquilla, de Honda o de Salgar, llegará un día (¿hoy? , ¿mañana? ,no importa cuándo) el buen suceso, la propicia fortuna. Vendrá el contrato de trabajo; la noticia de la explotación petrolífera; el viaje a Barranca, a Wilches, a donde sea, hacia una vida mejor. Y entretanto, los aventureros aguardan, apacible, alegremente, la ejecución de sus destinos. No veréis en los rostros de estos hombres ni afán, ni dolor, ni amargura. En sus ojos está la seguridad; la fe ciega y justificada. Ellos llegaron al río. El Magdalena los ampara y sustenta; y el Magdalena los salvará de toda asechanza, los rescatará de la miseria, los hará laboriosos y prósperos...

¿Es éste un vituperable sistema de entender ala vida? No, en ningún caso. En los patios del ferrocarril se estaciona medio centenar de camiones dispuestos a llevar la carga a Caldas, Valle, Tolima, Cundinamarca. Cada uno de estos camiones lleva, enrolado en su tripulación, a un chico, cuya edad fluctúa entre los diez y los quince años. La mayoría de estos muchachos fueron tomados de la mano, por la inquietud de la adolescencia; abandonaron sus hogares y, tempranamente, se le enfrentan a la vida, con un valor y una sinceridad admirables.

Los chicos, apenas ganan con qué comer un mal pan; con qué gustar un vaso de avena helada. Pero a ellos no les importa esto. Les interesa el paisaje, la movilidad pequeña, diminuta, proporcionalmente, pero exacta de la vida. Hoy están aquí frente al río, por cuyas aguas amarillas se les van, soñadoras, las miradas. Mañana tomarán el camino a Bogotá, a Cali, a Pereira, a Manizales... De nuevo, tornarán al río, y en este ejercicio se les pasarán unos años, hasta el punto en que, el cuerpo por el trajín y la vigilia, templado espíritu por el sufrimiento, por la rebeldía y por la libertad, se sientan hombres. El hallazgo de la hombría, de la condición humana, es el premio a tanta fatiga, a tanta mala cosa que han tenido que vencer, de las cuales han salido triunfadores, en esa edad en que muchos otros niños, la mayoría, apenas se apartan del regazo materno y tienen de la existencia una noción boba, simple, tonta, atestada de hadas, de pecados mortales y de «cocos» que premian o castigan.

Célimo Londoño, el gentil capitán del «Monserrate», es uno de los más gallardos navegantes del río. La Naviera Colombiana domina hoy el tráfico del Magdalena. Y aunque el río está seco, mostrando la entraña de las playas y playones, el viaje se hace dentro de una buena comodidad. Los camarotes han sido modernizados. Baños individuales, excelente cocina. Pero la salsa del viaje está en el paisaje; en el paisaje y en la charla, en el trato de los hombres del río.

De oficial va el capitán González, con treinta y dos años de navegación. Hemos zarpado al amanecer, luego de una noche a bordo. Llovía, a prima madrugada, torrencialmente, y un recio viento huracanado nos obligó a cerrar las ventanillas de los camarotes. La voz de la sirena me hizo salir a la cubierta. Y allí, en pantuflos, con el chaquetín de la pijama meneado por el aire, estaba el capitán González. Había consumido, ya, la mitad del primer cigarro de la mañana.

Apuramos una taza de tinto. Recuerda el viejo lobo sus tiempos de juventud. Los barcos de entonces. Los lañateos (SIC) ... Algunos de los puertos importantes de hoy, como Dorada, apenas eran incipientes caseríos. En aquellos antaños, señores turistas, sí había caimanes. Y la navegación contenía una más noble calidad de aventura. El paisaje era, por lo general, más numeroso. Un rápido viaje de bajada, con buena agua, duraba cinco días; era un récord. Se subía hasta cerca de Honda, para el cargue y descargue. Había unos sancochos... ¡quevamos! El capitán Egea... El capitán Vergara... El otro capitán... .

Los nuevos capitanes tienen sus apodos. El tuerto Célimo Londoño; el tunco López y el gato Gómez. Del tunco se cuentan curiosas historietas. Por entonces, la juventud le reventaba, como un humor rebelde, a mi capitán López. El doctor David Arango era gerente de la empresa. López, hoy sí, mañana también, libaba abundantemente. Después de esas descomunales ofensivas contra la temperancia, el tunco López era separado del rol marinero. Pero él no se molestaba con esas suspensiones. Tomaba, en un hotel situado al frente de las oficinas de la compañía, una pieza, desde cuya ventana podía dominar el despacho del gerente. Y el gerente se cansaba, a la postre, de esa observación continua, silenciosa y eficaz del tunco. La pertinacia de López vencía. De nuevo se le encargaba el mando de un barco. Uno, dos meses de juiciosa conducta. y otra reincidencia. Hoy López es capitán de «El Guadalupe» y uno de los más avezados navegantes del río.

El paisaje, para el pasajero novato, es una interminable sucesión de asombros. Estas curvas, el ancho horizonte, las vueltas, los playones en que alzaron los pescadores sus rústicas cabañas, las palmas, la cerrada manigua de las ribas, las garzas que navegan al garete, promovieron la locuacidad inatajable de un señor que estrena su primer traje blanco yen Bogotá es dueño de un almacén de antigiiedades. El caballero se perece por la arqueología. Al enterarse de mis actividades reporteriles, quiere que yo haga un relato histórico del viaje de Quesada. . .

-Por ejemplo -me dice-: ¿Ve usted aquellos montecillos? Parecen naturales, ¿no? Mas no es así. Éstos -agrega, insultándome el oído con la vecindad de un tufo trasnochado- son, aquí entre nos, sepulcros de indios. ¿No ve esas matas de fique? Pues los indios sembraban sobre los sepulcros matas de fique. El fique es una planta eterna, que no muere; símbolo de lo perdurable.

Querido amigo, aquí no hay fique. ¡Nones! Entiendo que esto de la «fiquidad» es potestativo de la tierra fría. Tal vez en los sepulcros de los indios de Boyacá...

Lo que ocurre, señor arquólogo, es que a usted lo ha maleado este estupendo, maravilloso, portentoso paisaje. La fuga de lo verde, por donde apunta uno los ojos, al través de las mirillas que nos hacen las columnas de a bordo. El chozo aquél, que muestra la paja tostada de su techo, entre la platanera, en el limpio ribereño. Ese despejado azul de la mañana que clama cósmico. El salto de los peces en el trapecio plateado de las breves olas. El olor, axilar, sensual, brusco, rotundo de la selva. Y; sobre todo, la realidad de navegar.

El capitán González me ha dicho al desayuno:

-Soy viejo; tengo hijos y nietos... Tal vez en tierra pudiera encontrar una ocupación mejor remunerada, más tranquila y compadecida con mi deseo de descansar...

-Mas no puedo dejar el río -agregó-. Aquí en el río está mi vida. La juventud, el pasado, la realidad, el presente. Quiero morir a bordo y en mi ley. Cuando estoy en tierra me siento mal... me hace falta el olor del agua, el sentido del paisaje, las revueltas y vueltas que conozco desde hace treinta y pico de años. El calor, la voz de la sirena, el traquear de la rueda y los gritos hoscos de los marineros...

(El Tiempo, septiembre 2 de 1941.)

BIBLIOGRAFÍA

  • JIMÉNEZ, JOSÉ JOAQUÍN. Las famosas crónicas de Ximénez.


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